domingo, 14 de octubre de 2007

A LAS PUERTAS DEL CIELO


Patagonia


por: Rick Ridgeway Fuente: National GeographicA las puertas del cielo

Es el primer día de nuestro viaje de un mes por la
Patagonia, enorme región en el extremo austral de América del Sur que abarca los territorios de Chile y Argentina. En la parte trasera de la camioneta de alquiler hay siete grandes mochilas con tiendas y otros equipos, aunque llegué a un acuerdo con Jennifer para alternar los campamentos con hoteles o estancias, como llaman a los grandes ranchos de Argentina.
Son las 8 p.m. cuando entramos en el
Parque Nacional Torres del Paine , nuestro primer destino, y todavía quedan tres horas de luz. Nos detenemos a observar a un guanaco (pequeño pariente del camello, muy parecido a la llama) que se revuelca en la tierra a unos seis metros de distancia; volvemos a parar en un pequeño lago para admirar a dos cisnes de cuello negro y seis flamencos chilenos. Llegamos a lo alto de una colina y volvemos a parar, esta vez para ver de cerca las torres de granito del Paine. Pasamos la primera noche en la Hostería Pehoe, en una minúscula isla del lago del mismo nombre. Son las 11 de la noche cuando terminamos de cenar, y por la ventana del comedor vemos el resplandor alpino que baña con amarillenta luz las Torres del Paine. ‘‘Hay tormenta’’, dije, señalando al otro lado del lago, hacia una poderosa borrasca que levantaba una columna de rocío de por lo menos 15 metros de altura. La Patagonia es famosa por sus vientos del oeste, que cruzan con violencia el sur del Pacífico hasta chocar contra la aserrada columna de los Andes y generan enloquecidas borrascas.
Al día siguiente, junto con unos 40 pasajeros (en su mayoría, mochileros de unos 20 años) cruzamos el lago en un catamarán hasta los terrenos del campamento donde montamos las tiendas. Mis hijos y yo salimos en un recorrido de 16 kilómetros, ida y vuelta. El cielo estaba despejado y los vientos eran moderados, con velocidades de apenas 48 kilómetros por hora. Las vistas de este sendero son estupendas: columnas de granito gris de tres mil metros de altura; glaciares con paredes de resquebrajado hielo; dos lagos como fondo, uno azul y otro turquesa. Además de las Torres del Paine, el visitante que quiera experimentar lo mejor de la Patagonia tiene que visitar el
Parque Nacional Los Glaciares, en Argentina, y en particular el glaciar Moreno al sur, así como la monolítica columna del Monte Fitz Roy (y el vecino Cerro Torre) al norte.
Cruzamos la frontera de Argentina en Cerro Castillo y circulamos por la famosa autopista ‘‘La Cuarenta’’, que se extiende casi cinco mil kilómetros desde el sur de la frontera con Bolivia hasta el Estrecho de Magallanes. La arteria más importante que corre en paralelo con los Andres, La Cuarenta no era más que roca y grava hasta hace poco tiempo, de modo que la nueva pavimentación es una bendición.
Estamos en las extensas estepas de la Patagonia, con sus suaves colinas y llanuras de maleza que cubren desde las montañas hasta las costas desérticas del Atlántico sur.
Charles Darwin, uno de los primeros europeos que vio estas estepas, escribió: ‘‘Al evocar imágenes del pasado, encuentro que las estepas de la Patagonia aparecen frecuentemente ante mis ojos’’. Tres horas más tarde llegamos a una zona particularmente llana de la carretera pavimentada que conduce a El Calafate, puerta de entrada al Parque Nacional Los Glaciares. La calle principal está flanqueada de tiendas de recuerdos, agencias de viajes y lugares donde comer, incluido Rick’s Cafe, que ofrece un precio fijo por toda la carne asada que podamos consumir. Tomamos dos habitaciones en Kosten Aike, atractivo hotel de tres pisos construido con madera y roca de la región.
Durante los siguientes días estaremos en la zona del Parque Nacional Los Glaciares. El glaciar Moreno, a una hora y media en auto, al oeste de El Calafate, es uno de los destinos más populares en la Patagonia argentina. Luego de estacionar, descendemos por un bosque de pequeñas hayas a una serie de plataformas de observación que nos ponen frente a frente con la muralla de hielo de 60 metros de altura y 5 kilómetros de largo. Los trozos de hielo que se han desprendido del glaciar flotan en las aguas turquesa del lago Argentino. Podemos observar que el glaciar se extiende unos 30 kilómetros o más hacia el recóndito santuario de escarpadas cumbres tan características de los Andes patagónicos.
Nos dirigimos a
El Chaltén, población en la entrada norte del Parque Nacional Los Glaciares, donde encontramos las columnas de granito de Fitz Roy y Cerro Torre, ocultas entre oscuras nubes. La última vez que visité el lugar (en 1986), El Chaltén apenas comenzaba a formarse. Los pastizales y bosques de hayas por donde caminé entonces son ahora calles bordeadas de hoteles, posadas, restaurantes, tiendas de abarrotes y regalos, una estación de servicio y, ¡sorpresa!, una microcervecería.
Nos registramos en El Pilar, posada a pocos kilómetros en las afueras de El Chaltén. Aunque no podemos verlo, nos aseguran que la ventana del comedor enmarca una impresionante vista del Fitz Roy. La mañana siguiente, ignoramos los ventarrones que rugen en los valles y estremecen el techo de El Pilar, y caminamos cuatro horas hasta el campamento base de Fitz Roy y luego proseguimos hasta El Chaltén. Al entrar en el bosque, las hayas de casi diez metros de altura nos cobijan del viento. Blanquecinos racimos de barba de monte cuelgan de las retorcidas ramas; moradas flores de áfaca tapizan el suelo del bosque; una parvada de loros australes se posa en la bóveda arbórea. El bosque da paso a un claro y, de pronto, un vendaval cual tornado horizontal nos hace caer de rodillas.
La mañana siguiente, por la ventana del comedor vislumbramos momentáneamente una muralla de granito que asoma por una abertura de las nubes que se cierra tan pronto como se abre. Cargamos la camioneta y seguimos al siguiente destino de nuestra aventura: las estancias en el lejano norte de Patagonia. Durante la escala que hacemos en El Chaltén para comprar víveres y combustible, el cielo se despeja. Mi mirada vuela hacia la cara oriental del Fitz Roy que, con casi 2,500 metros de altura, opaca por derecho propio a El Capitán de
Yosemite. Cerro Torre, con su costra de hielo, perfora el cielo azul como un blanco florete.
Viajamos al este por la ribera del lago Viedma, uno de los tres enormes cuerpos de agua (que incluyen al lago Argentino en el sur y el lago San Martín, en el norte) cuyas glaciales aguas se extienden como mares aguamarina. Nuestro destino final es la
Estancia La Maipú, rancho ovejero de 36,461 hectáreas en el noreste de El Chaltén. Para llegar ahí hay que recorrer casi 200 kilómetros de caminos de grava hasta la falda de las montañas. Hemos hecho arreglos para hospedarnos en varias estancias y cada día vamos de una a otra en el auto. Cuando dejemos la última, cruzaremos la frontera hacia la ciudad chilena de Coyhaique y luego seguiremos a Puerto Aisén.
Pasamos la víspera de Año Nuevo en la
Estancia La Oriental, dentro del territorio del Parque Nacional Perito Moreno (no debe confundirse con el glaciar Moreno). La mañana siguiente montamos a caballo con Osvaldo Montiel, un gaucho chileno, de más de 60 años de edad, que emigró a la Argentina a los 23. Seguimos a Osvaldo mientras trota al subir una larga colina. En la cima observamos a una pareja de cóndores que se acerca a un acantilado. Al descender por la ladera opuesta, nos detenemos un momento mientras Osvaldo estudia una huella animal. ‘‘Puma –anuncia–. Pasó hace una hora o menos’’.
Esa tarde, la estancia organiza una fiesta de Año Nuevo e invita a la gente de las estancias vecinas. ‘‘Quizá debiéramos formar nuestra propia República de la Patagonia –señala uno de los invitados–. Tenemos petróleo, madera, minerales. Somos amistosos y trabajamos muy duro. Podríamos desarrollar una buena industria turística’’. Las esponjosas nubes de verano se acumulan en los picos nevados; los dos cóndores siguen remontando los aires. ‘‘Pero pase lo que pase en el resto del mundo –concluye con una nostálgica sonrisa–, todo estará bien, porque aquí, en la Patagonia, vivimos en el paraíso y siempre tendremos esto’’.

(Rick Ridgeway ha hecho una crónica de sus aventuras en la naturaleza en varios libros, incluido Below Another Sky y The Boldest Dream. También ha producido más de 15 películas documentales, entre ellas Everest, la cual fue galardonada con el premio Emmy. El fotógrafo Peter McBride ha hecho muchos trabajos fotográficos en regiones apartadas, desde el Everest hasta África).
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