jueves, 2 de septiembre de 2010

ESTAMBUL

Cientos de alminares penetran el cielo
cada vez que el muecín convoca a oración,
y su canto se expande en armonía
por el universo compartido
de crédulos e incrédulos.
Yo, qué soy más bien incrédulo
no dejo de sobrecogerme por su canto
imaginando los millones de fieles que elevan su mirada
mientras la mía navega por el Cuerno de oro
camino de Eminou. Avanza el barco
y con él me llegan nuevos registros, mientras el sol
va camino de esconderse tras la cúpula
de la hermosa mezquita de Süleimaniye
y un cielo morado parece adormecerse sobre
las numerosas casas del barrio de Karsicapi
a cuya espalda un agitado mar de Mármara
nos regala un viento refrescante en la noche.
Y esa misma luz, la luz de todas las luces
nos invita a quedar detenidos sobre la
belleza esbelta de la Torre Gálata, subida a la loma
para continuar con su oficio de ojo, atenta
al continuo trasiego de barcos
en ese vértice, donde todo lo que se puede ver
se queda atrapado en su retina de piedra.
Cae la noche sobre Estambul, y es entonces
cuando el puente Gálata se viste de fiesta,y
bajo las vías del tranvía, brazos salidos de todas partes
te acechan para ofrecerte su mejor pescado.
Los pescadores,ya poco numerosos se resisten a
abandonar las siempre repletas barandillas del puente
donde las aguas del Bósforo penetran en el Cuerno de oro
en la última llamada a la oración: el Yatsl.


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